El punk no te hace más antisistema
Que existan varios estilos de música es una obviedad. Que no a todos nos gusten, también. Pero aquí defendemos la libertad: la de expresión, la de elección y la de criterio. No vamos a ser inquisidores de gustos; si a alguien le pone que le pisen el escroto, allá él. A nosotros nos parecerá un degenerado, sí, pero cada cual con sus filias.
Con el punk pasa algo parecido. No solo porque su composición musical sea sucia, rápida y tan poco depurada como un cubata de garrafón; seamos francos, cuesta encontrar un tema punk que llegue a la sensibilidad como uno de Sleep Token o con la profundidad de The Halo Effect. El punk es ruido, velocidad y una visceralidad nacida de la rabia. Surgió como un movimiento joven, contestatario, antisistema, necesario en su contexto. Pero ese propósito original se ha diluido con los años hasta convertirse en una bandera apropiada por grupos de jóvenes —y no tan jóvenes— que lo han transformado en símbolo identitario. Dicho claro: hoy el punk se asocia automáticamente con movimientos de izquierdas, tanto sociales como políticos.
Y, como siempre repetimos, aquí no hacemos política. RadioWeek va de cultura, de música, de kebabs y de unicornios. Vienes a reír, pensar e informarte, no a incendiar comentarios hablando de siglas que mandan en un país que ni te lee. Así que hablemos de los de abajo: de quienes usan el altavoz del punk para autodefinirse. Porque escuchar a Ska-P, El Drogas, La Polla Records u otros no te convierte en más “antisistema”, ni más “rojo”, ni más libre. Te convierte, básicamente, en lo que proyectas: un tipo cercano a los 40, vestido como si fueras a tu barrio kinki de confianza a por hierba barata, bebiendo litronas en un antro donde huele a humedad desde los 80. Y todo porque allí están tus colegas y suena lo tuyo. Si es en valenciano, mejor: te lo cantas, te fumas tus tres porros y el lunes vuelves a la oficina como si nada. Ya has cumplido con la liturgia del finde.
Si además hay concierto, te plantas en una sala cochambrosa, ves a una banda que cobra en cerveza y confundes ruido con música porque la dopamina del momento con tus colegas te tapa las carencias. Te da la vida, sí, porque te ayuda a olvidar lo que no quieres mirar de tu día a día.
Escuchar punk hoy no es viajar a los 80. Tú naciste al final de esa década y creciste en los 90. Lo más ochentero que mantienes es el chándal. Esos grupos también necesitan dinero, y tú los consumes porque representan tus ideales. Porque has comprado la ecuación Punk = Izquierda, y todo lo que salga de la boca del cantante te parece acertado. Solo existen dos opiniones: la tuya y la equivocada.
La cosa mejora, claro, si eres de “La terreta” y el grupo canta en valenciano. Hay que defender la cultura y la lengua, aunque nunca te haya importado demasiado hasta que descubriste que tus ideales también venían con idioma incluido. Y si quienes piensan como tú meten la pata, pues bueno, “no será para tanto”. Pero si el que se equivoca es del otro lado, entonces toca ejecutarlo en la plaza pública.
Todo esto, por supuesto, regado por la música de unas bandas que apoyas porque crees que es “antisistema” luchar contra el sistema que a ti no te gusta. Te alimenta la narrativa, te da subidón y te recuerda tiempos que nunca viviste, donde la gente se peleaba con la policía… aunque en tu caso llores por una multa de 50€ por beber en la calle mientras apuras una litrona fuera de tu bar de siempre.
En resumen: el punk se ha convertido en una etiqueta. No te hace mejor persona. No te rejuvenece. Y menos aún si vas de entendido del progresivo que tampoco comprendes, pero dices disfrutarlo porque te hace sentir más bohemio… cuando, en el fondo, lo haces por la misma razón que el que se cuelga de un grupo punk.
PORQUE NO FOLLAS!!!

